domingo, 21 de octubre de 2012

Agua para las penas

Llegué a casa, y lo primero que hice fue hacerle caso. Musité un "hola" absolutamente desganado en el salón, para que mis padres supiesen que había llegado y me fui a mi cuarto. Me desvestí, me miré al espejo. Tenía todavía los ojos algo rojos de llorar.
Cogí mi bata y fui al baño. Encendí el grifo de la ducha y dejé el agua correr un rato. Volví a mirar mi reflejo, buscando el rastro de mis lágrimas. Que habían estado allí, era más que evidente.
Cuando el agua estaba lo suficientemente caliente, me metí en la ducha y me senté dentro. Me abracé las rodillas y me quedé ahí sentada, dejando que el agua me fuese golpeando suavemente la piel hasta empaparme. Apoyé la cabeza contra los azulejos de la pared y cerré los ojos.
No sé cuánto estuve allí, a lo mejor diez minutos. Sólo sé que cuando volví a abrir los ojos, cerré el grifo, salí de la ducha y estaba bastante más tranquila.
Él tenía razón. Gracias al agua, mis penas se habían hecho un poco más pequeñas.

2 comentarios:

Sherly dijo...

Qué profundo y qué bueno, c**o.
Lo que hace un buen remojón.

Anónimo dijo...

"lo que hace un buen remojon" ;P XD
:)
clau, no estés triste, son esas rachas
podría asegurarte cosas que no se o decirte palabras de aliento, pero prefiero decir, que además del agua reconfortante de la ducha, las llamadas, parrafadas a llorar, hablar y comr chocolate entre amigas también suelen ser una terapia efectiva
por ser anónima solo te diré que me encantan tarde de burguer, ráfagas de one million y soñar con las galletas de alguien bastante especial (L)