viernes, 30 de diciembre de 2011

2011 se acaba...

Así que feliz año a todos los que de vez en cuando os tomáis la molestia de pasar por este pequeño castillo en el aire, que no existiría si no hubiese alguien que pasease por él de vez en cuando y me obligase a quitar el polvo de sus paredes...
Así que espero que en 2012 os pueda ofrecer más y mejor.
Un abrazo enorme.

viernes, 23 de diciembre de 2011

No llores

Este poema lo escribí el año pasado y, gracias a una amiga, lo he rescatado de la carpeta. Recuerdo que lo escribí en un momento de bajón en el que soñé conmigo cuando era pequeña. En mi sueño, estaba llorando. Esto es lo que me gustaría haberle dicho a mi "pequeño yo" para que dejara de llorar. Espero que os guste.

Si hoy dejas de llorar
te haré un collar, mi niña
con cada perla de sal
que bajó por tus mejillas.

Y así se podrán curar
poco a poco tus heridas.
Tu alma volverá a volar,
el tiempo cura y olvida.

En tus ojos, que al mirar
mostraban mil estrellitas,
hoy vi la pena brillar.

Más, si hoy llorar evitas,
juro que te haré el collar.
Mi pequeña princesita.

sábado, 17 de diciembre de 2011

Lo veo...

Mi vida, veo cómo sufres por alguien que, sin duda, no te presta la atención que en realidad mereces...
Veo cómo tu cálida sonrisa se convierte en una horrible mueca de tristeza, como tus preciosos ojos cambian a ese color que tienen cuando estás triste...
Veo lo mal que lo pasas, oigo tu voz quebrarse, leo frases escritas por ti que me ponen la carne de gallina...
Te lo advierto, tendrás que sujetarme muy fuerte si un día nos encontramos con esa persona, porque pienso darle un puñetazo por cada lágrima que te ha hecho derramar. Porque te quiero, y voy a protegerte...

viernes, 16 de diciembre de 2011

Tarde de diciembre...

-Dios, qué frío hace-me dices, riendo. Llevas una bufanda gruesa de lana, y tienes las manos dentro de los bolsillos.
-Has tardado en darte cuenta, campeón-te contesto, sin poder evitar reirme también-. Se te está poniendo la nariz roja, como a un renito.
-¿Si? Entonces tendré que guiar a Papá Noél hasta tu casa en Nochebuena. Espero que hayas sido buena y te traiga muchos regalitos...
-Si, ojalá-digo, suspirando. Mi suspiro se convierte en una nubecita de aire que se pierde en el aire-. Aunque he pedido muy pocas cosas este año, espero que me las traiga todas.
-Bueno, como soy un reno ayudante, si me lo dices a lo mejor puedo influir en el "gran hombre" para que te lo traiga...
Me guiñas el ojo, y yo te doy un suave golpecito en el brazo. De repente, como si el cielo me hubiese leído la mente, empieza a nevar suavemente sobre la ciudad, sobre el banco en el que estamos sentados. Persigo los copos con la mirada, veo cómo bailan en el aire. Te sonrío.
-Esto es una de las cosas que había pedido-te digo-. Nieve.
-¡Ahá! Entonces está visto que soy una persona influyente allá en el Norte... -dices, sacando la lengua-. Ahora puedes pedir tu segundo deseo, que seguro que te lo conceden.
Entonces se me nubla la mente. No puedo decirte cuál es... No.
Aparto la mirada de ti, te doy la espalda, y miro los copos caer despacio. Se empieza a hacer de noche. Apoyas tu cabeza sobre mi hombro y me dices:
-¿Qué te ocurre? Sabes que puedes contármelo.
-No, es que... No sé si... Bueno...
Me tomas de la barbilla y me obligas a mirarte.
-¿Quieres que te diga cúal es el regalo que yo quiero?
-Si, pero...
-No hace falta que me digas el que ibas a pedir tú.
-Bueno, está bien... Pero porque me pones carita de reno, que si no...
Te ríes, y respiras hondo. No apartas tus ojos de los míos, ni dejo de ver una sonrisa en tu cara...
-Te quiero a ti de regalo... A ti bajo esta nieve, ahora.
No puedo evitar reírme. Te apartas y me miras, extrañado.
-¿Qué te parece tan divertido?
-Que yo te iba a pedir a ti de regalo también...
Entonces, consigo mi segundo regalo. Tu consigues el tuyo. Los copos de nieve se enredan en tu pelo, igual que mis dedos, mientras me besas despacio...

sábado, 3 de diciembre de 2011

Sutura

Pensé que iba a tardar más tiempo en darle el visto bueno a este texto, pero parece ser que ya está listo para que lo veáis... Agradecería que comentaseis, tanto si os gusta como si no.
Recuerdo a aquella paciente como si la hubiese atendido ayer.

Aquella tarde cuando llegué a mi consulta, no tenía casi ganas de nada. Me puse la bata y entré al despacho. Al rato llegó Raúl, mi ayudante, con una taza de café y la agenda con los pacientes de la tarde.

-Gracias Raúl- le dije sonriendo, mientras me sentaba-. ¿Qué tenemos esta tarde?

-Pues tienes un par de pacientes que nos los han derivado del hospital, otros dos con cita previa y uno sin cita.

-¿Uno sin cita? ¿Quién es?

-Acaba de llegar, es una chica de unos veinte. Ha traído una tarjeta nuestra y me ha dicho que necesitaba verla cuanto antes.

-Vale, pues mientras me localizas los historiales de los del hospital, hazla pasar.

-¿A cuál la llevo? ¿A la sala uno?

Tras pensarlo un instante dije:

-No, tráemela aquí. Antes de ir a avisarla, tráeme el maletín, por favor.

Raúl se fue y al cabo de un minuto volvió con los historiales y un maletín negro con un cerrojo dorado. Mientras iba a buscar a mi paciente, le di un largo trago a mi café y respiré hondo. En el fondo, intuía lo que mi paciente me iba a pedir, y no es precisamente lo más fácil de mi especialidad. Al rato mi ayudante volvió acompañado de mi paciente. Cuando entraron, me levanté y le indiqué la silla que estaba frente a mi.

-Raúl, ya puede irse-dije.

Mi paciente se sentó. Era una chica joven y guapa, pero tenía la cara consumida por la tristeza y los ojos enrojecidos y enmarcados por unas ojeras oscuras.

-Bueno, cuénteme su caso-le dije.

-Supongo que usted ya sabe a lo que he venido-me dijo, sollozando-. Lo único que quiero es que pare el dolor. Me han dicho que es usted la mejor sanadora.

-Entiendo... Pero antes, ¿podría contarme cómo terminó todo?

-Pues verá, me han concedido una beca para estudiar en Londres todo el año y, cuando se lo iba a contar...

Entonces escondió su cara entre las manos y rompió a llorar. Me acerqué a ella y le tendí un pañuelo.

-Eh, tranquila...-le dije-. No hace falta que me diga más, voy a ayudarla.

-¿De veras, doctora?-dijo, levantando la cara- ¿En serio puede ayudarme?

-Si, pero esto conlleva un leve porcentaje de riesgo. Yo puedo hacer que pare el dolor, pero si usted no hace nada por curar la herida no servirá de nada, ¿entiendes?

- Yo quiero que se cure. No quiero tener que llorar más por ese indeseable.

-Entonces ya está decidido. Túmbese en el sillón que hay ahí.

Ella se tumbó en un sillón de color negro que estaba bajo una lámpara. Acerqué mi silla y dispuse una mesita a mi lado. Sobre la mesita, abrí el maletín con mi instrumental. Aguja, hilo, pinzas, piel artificial, todo perfectamente esterilizado. Cogí una bolsita de guantes y me los puse.

-Ahora necesito que te descubras el pecho-dije, poniéndome una mascarilla.

Ella se quitó la blusa, dejando al descubierto su pecho y mi zona de trabajo.

Entonces, con unas pinzas, le abrí la cremallera que tenía sobre el esternón y aparté la piel y el hueso, dejando al descubierto el corazón de la paciente.

-Señorita...

-Catalina. Me llamo Catalina.

-Catalina, necesito que me hables de él para poder curar la herida.

Ella respiró hondo y con voz temblorosa empezó.

-Se llama Enrique. Tiene 20 años, los cumplió hace un mes, ¿sabe? Su pelo es de color...

Cuando empezó a hablar, una parte de su corazón comenzó a sangrar con violencia. Examiné la herida. Era un corte grande y profundo, casi rasgaba el corazón a la mitad. Cogí un tubo que salía del sillón y lo puse sobre el corte, para que drenara la sangre. Entonces, saqué una aguja curva que tenía enhebrado un hilo de color negro y comencé a coser la herida. A medida que iba suturando, la voz de Catalina iba dejando de sonar triste, sino que sonaba más bien nostálgica, como la de quien recuerda un buen momento de su vida. Su rostro comenzaba a recobrar poco a poco el color, y sus ojeras se borraban. Con cada puntada, iban desapareciendo la tristeza y la rabia que inundaban su mirada... El odio hacia Enrique iba desapareciendo, lentamente, con cada tirón del hilo.

Una vez terminé de coser la herida, puse una tira de piel artificial envolviendo la sutura. Cerré la cremallera y miré a mi paciente. No había ni un rastro de tristeza en su cara, salvo una lágrima peregrina que rodaba por sus mejillas, aunque podía apostar mi diploma de la universidad a que era de felicidad. Me miraba con los ojos abiertos, como esperando a que le dijera lo que ya sabía, que estaba curada.

-Ya puedes levantarte-le dije sonriendo.

Se incorporó y se puso la blusa. Yo me levanté y entonces, me abrazó.

-Gracias doctora, gracias-me susurró mientras me abrazaba.

-No, gracias a ti-le dije, y la aparté para poder mirarla a los ojos-. Eres una chica muy fuerte, no tardarás en recuperarte. Suerte en Londres.

-Gracias de nuevo, doctora.

Se fue, muy diferente de cómo había entrado. Al rato entró Raúl y se sentó en la silla de mi escritorio. Yo miraba por la ventana.

-¿Cómo sabías que era una sutura? –me dijo.

-Déjalo en una intuición, Raúl-le dije, pensativa.

-¿Te parece si, después de tus pacientes, te invito a cenar y me lo cuentas?-me dijo, apoyando su mano sobre mi hombro.

Me giré hacia él.

-Bueno, acepto. Pero no te lo contaré tan fácilmente.

-¿Es que es un secreto del gremio?

Sonreí.

-Podría decirse que si. Anda, haz pasar a uno de los que tienen cita, que es pronto para pensar en la cena.

Raúl me dio un golpecito cariñoso en el brazo y salió del despacho. La verdad es que no tenía ninguna intención de contarle mi historia en ese momento. Él no tenía porqué saber que, antes de que yo me especializara, también había ido a que me suturaran. Y fue por aquello por lo que decidí hacerme sanadora. Para ayudar a aquellos con el corazón roto, como Catalina. Como yo...