lunes, 25 de junio de 2012

El gato ciego

Ayer llegó a mi casa del pueblo uno de los gatos que vagabundean por ahí, famélicos y lastimeros. Este, al que yo llamo Max, está ciego desde hace unos meses. Se quedó en la puerta, maullando triste y quedamente. Yo saqué un poco de leche y se la puse en un vasito de plástico. Max buscó el vaso con la nariz y cuando lo encontró, se puso a beber con avidez. Yo me quedé mirándolo.
Me sorprendí mucho cuando levantó la cabeza en mi dirección. Parecía estar mirándome con sus ojos ciegos, como para agradecer aquel gesto a algún ángel de la guarda que no podía ver.
Entré un instante en la casa a por más leche y oí a mi padre echar al gato de la puerta. Salí corriendo y vi a Max cruzando la carretera, ya a varios metros de mi casa. Y entonces lo volví a ver girar la cabeza en mi dirección, como volviéndome a dar las gracias. Y sonreí, porque sentí que así era. Max realmente me miraba con sus ojos vacíos, me estaba dando las gracias y despidiéndose hasta la próxima.

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