El día que tú te vayas
no habrá rosas, sino espinas;
vagaré por las esquinas
con el corazón en llamas.
Y, cuando esté hecho cenizas,
lo enterraré en una caja
con tus ojos y tu risa,
con tu rincón en mi almohada...
El luto, trescientos días;
el funeral, en mi cama,
donde me enterrarás viva
desde el día en que te vayas.
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