Querida Helena:
Lo primero que quiero decirte es que,
en cierto modo, siempre te he admirado un poco. En algún momento de
mi vida siempre he pensado que ojalá hubiera tenido el mismo valor
que el que tú tuviste para dejarlo todo atrás y luchar por lo que
querías, sin arrepentirte ni dudar.
Si tienes tiempo, me gustaría hablarte
de cómo ha cambiado el mundo desde tu época.
Por ejemplo, no habrías tardado tantos
meses en llegar a Troya. Habrías cogido un avión (una caja de
hierro que vuela, digamos que manejada por brujos) y en un par de
horas ya estarías en casa de tus suegros. Y luego, no habrías
tenido tantos problemas al dejar a Menelao. Hace siglos que se
inventó una cosa llamada divorcio, que es un papel por el cual
puedes dejarle y además, llevarte incluso parte de sus riquezas sin
que él pudiese decir nada. Fantástico, ¿eh?
Siendo tan guapa como se dice que eras,
algún espabilado te habría hecho fichar por una agencia de modelos.
Y te habría exhibido por todo el mundo, llevándote en la caja
voladora a todos los rincones a hacerte fotos, a ir a orgías por
obligación y a pasear por un tablón llevando togas y túnicas más
caras que toda Troya. Y habrías tenido todos los hombres que
hubieras querido, igual o mejores que Paris.
Pero, querida Helena, ya no se va a la
guerra por cosas tan románticas y “poco rentables” como una
mujer hermosa. Los grandes gobernantes de este mundo luchan por
petróleo, parecido a ese aceite que usaban en tu época para las
lámparas y antorchas. Y tu guerra habría durado menos, porque con
dos bombas y media habrían dejado Troya como una escombrera. Y ni
caballo, ni Aquiles vengándose, ni Paris salvándote, ni nada de
nada. Además, en este mundo la gente es esclava de unas cajitas de
luces que les dicen todo lo que pasa en el mundo y lo que dicen otras
personas, y la vida es mucho más complicada que en tu época. No es
tan sencillo amar a alguien, o desear a alguien, porque todo el mundo
te mira y cuestiona lo que haces. Y con lo valorada que está la
belleza ahora, algún día Paris encontraría otro culo que perseguir
y te dejaría sola con tu belleza y tus togas carísimas.
Así que, Helena, que sepas que a veces
envidio tu suerte. En tu época todavía quedaba algo de romanticismo
por el que ir a la guerra. Ahora la gente sólo mira sus cajitas de
luces, perdiendo de vista la vida que tienen alrededor.
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